lunes, 7 de octubre de 2013

La vida feliz de algunos.


Cuando pienso en la felicidad siempre caigo en la misma idea: deseos altruistas realizados de manera íntegra. Se acaba el hambre, la pobreza, la discriminación, las injusticias, se acaban las guerras. Toda la humanidad alegre porque, al fin, existe la ansiada paz mundial. El “bien común” como motivo principal de esta reflexión y… ¿qué hay de lo demás?
Y es que, claro, al hablar de “felicidad”, perfectamente podría yo imaginar lo que a mí (y sólo a mí) me convierte en alguien contento, sin embargo, cuando aquel concepto toca tierra firme, lo primero que llega a mi cerebro es el conjunto de anhelos que viven dentro de las sociedades desde el día en que éstas nacieron. “Qué estúpida”, me digo, puesto que nadie nunca especificó a qué clase de felicidad se refería, por lo mismo, imagino, tal confusión. Pero, añado la siguiente autocorrección (necesaria, por lo demás): Esta confusión no es más que el reflejo de la suma del alma dañada con el sufrimiento del mundo, pues cuando el mundo sufre, significa que muchos individuos están sufriendo al mismo tiempo. Y el motivo del sufrimiento de los individuos no tiene que ver con la pena del mundo, sino al revés, el mundo se atiborra de dolor, porque quienes lo componen viven el desconsuelo. Cada grano de arena, reunido con otro (y otros, con otros, y otros, y así) forman aquella inmensa playa que bajo estas letras no son más que el enlace del tormento que cada quien ha tenido que sobrellevar a lo largo de su existencia, y del suplicio de todos fusionado con discreta elegancia.
La playa está podrida… al menos una verdad.
Mas expresar que sólo esa es “la verdad” es por lejos pretencioso y cargado de convencionalismo barato. MI verdad es que existen varias cosas que me producen felicidad, aunque nunca superan en número a las que me provocan amargura. Lo cierto es que muchas de las cosas que, eventualmente, me harían dichosa, no existen o existen sólo en la cerebralidad de quienes, a ratos, carecemos de una moral “bien llevada”. Lo peor de todo es que la gran mayoría de aquellos pensamientos-deseos son poco o nada realizables, por lo que la lista de motivos-felices se acorta. Golpear al fastidioso compañero de clases, humillar al que no habla cuando le hablas, hacer oídos sordos a los consejos “del que sabe más”, reírse de la persona que se cae en la calle, poner en su lugar a los amigos por llevar siempre consigo esa actitud tan metida-aprovechadora-cínica-santurrona, desear dar muerte al que te miró feo en algún lugar o insultar de mil maneras a los profesores por ser los portadores del “conocimiento” que debe uno por “obligación” adquirir, NO ES NADA comparado con lo que realmente está dentro de nosotros. La verdad secreta de nuestro odio más profundo ni siquiera se autopermite la idea de presentarse ante todos, puesto que NO todos son dignos de semejante revelación. Sólo basta con imaginarse lo que sería si tal cosa sucediera: un centenar de viejos-bien caerían desmayados; algunos (desde sus hogares) se arrojarían por la ventana en severa señal de suicidio colectivo; otros llegarían, de seguro, agonizando a las clínicas; las mujeres gritarían como en las películas bizarras del antiguo cine hollywoodense y millones de niños asustadizos llorarían en el mismo tono. Caos total.
La vida feliz de algunos parece chocar de frente y a gran velocidad con la felicidad de la mayoría, es decir, con la felicidad establecida, convirtiendo a la satisfacción de esos “algunos”, en la peor pesadilla moral de muchos.
Pero asimismo, la alegría de los-algunos, y en este caso, MI alegría, tampoco está exenta de asuntos agradables para la humanidad (como si ésto arreglara en algo las cosas). Como ejemplo puedo decir que disfruto mucho de los días nublados. Así también, por supuesto que me pongo inmensamente contenta cuando me entero del bienestar de algún animal. Amo escribir y a la música también la amo. Me gusta el yogur de plátano y todo tipo de jaleas con frutas (o sin ellas). El color verde es mi favorito, y a veces me obsesiona la belleza de los paisajes naturales. Y cuando digo esto creo no hacer daño a nadie. ¿O sí?
De cualquier modo, da igual. La absurda confesión ya está hecha. La vida feliz de algunos, y la mía, cobró sentido. Al menos por este rato.




Mayda Plant


26/05/2009

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